En 1824, el ingeniero militar Francisco Javier de Mendizábal, del ejército realista español, asentó fuertes reparos al desempeño de Pío Tristán en la Batalla de Tucumán de 1812, en un manuscrito inédito hasta 1997.

Criticaba "la confianza" con que Tristán marchaba "en país enemigo y próximo ya a él, por las noticias que le dieron los espías de que lo estaban aguardando fuera de la ciudad". Pero "despreciando estos avisos y el corto número de enemigos que suponía, continuó con la misma satisfacción, sin cargar las armas, ni montar la artillería", a pesar de que "el terreno era llano".

Además, dejó "una legua atrás una columna de 8 compañías de granaderos y la mayor y mejor parte de su caballería", de unos 1200 hombres, "con el solo objeto de guardar el parque". Y esos soldados, "por estar tan lejos, no pudieron entrar en acción ni remediar el desorden sucedido".

Le parecía reprensible "este orden de marcha, y el no haberlo variado, ni creído que podía trabarse el combate aquel día, pasando tan cerca del enemigo". Debió suponer que este sabría el desorden de su marcha y la falta de la columna "que venía tan distante": por eso actuó "formándose en batalla delante de la ciudad".

Con su fuerza reunida, artillería en condiciones y otras medidas obvias, "no hubiera sido sorprendido por la caballería emboscada, y hubiera tenido tiempo y fuerzas suficientes para formar el plan de ataque para vencer a un enemigo tan inferior en ellas". Y no "pasar por el sonrojo de perder, por falta de arte, su artillería y municiones, con la opinión de su tropa, pues era la primera derrota que sufría".